Catástrofe bursátil, incertidumbre económica
Carles Manera
Los últimos movimientos de Trump (vale la pena subrayar que son ‘últimos’ en el momento de escribir esto, ya que todo cambia en pocas horas) conducen a un agravamiento de la situación económica en el mundo. Los índices disponibles sobre confianza económica (Economic Policy Uncertainty Index, publicado por Blomberg), que engloban el comercio, colocan el indicador en una cota similar a la vivida durante la pandemia. Estados Unidos se lleva la palma en esta evolución, en la que la desconfianza, el miedo, la incertidumbre, presiden el comportamiento de inversores y ciudadanos.
Estamos ante una enorme volatilidad en los mercados financieros, con fuertes caídas de las Bolsas desde el mal llamado ‘liberation day’, todo un eufemismo para relatar, en definitiva, una caída descomunal de todas las variables. En tal contexto, las empresas tecnológicas son las que más están sufriendo, con caídas del 19 % y 17 % en Europa y en Estados Unidos, respectivamente. En este último país, todos los sectores –no así en Europa– están conociendo caídas significativas: empresas sanitarias, energéticas, financieras, industriales, inmobiliarias, etc., según datos de Bloomberg para el día 3 de abril.
El pesimismo es lo que domina, y la euforia que se vislumbró ante el triunfo de Trump se ha alejado por completo: pérdidas superiores a 6 billones de dólares. Con conatos de disconformidad ante la política económica de Trump, por parte de empresarios y representantes del Partido Republicano. Esta situación negativa se ha trasladado, a su vez, a los precios energéticos, que de alguna forma avanzan una posible recesión: caídas en los precios del petróleo y del gas. El agravamiento se acrecienta con la actitud chulesca del presidente estadounidense incrementando los aranceles a China, con la consiguiente respuesta de Pekín: asistimos a una parálisis de una parte central del comercio internacional, un freno que puede extenderse a todo el mundo. Desglobalización letal, con una posibilidad tangible de entrar en recesión auto-inducida por la Administración Trump.
China está actuando con contundencia y discreción al mismo tiempo. Pone a la venta bonos de deuda de Estados Unidos –China detenta una parte nada desdeñable de deuda pública norteamericana–, con el objetivo de devaluar su moneda y contrarrestar así una parte de las consecuencias de los aranceles. He aquí una munición de gran calado, que tiene un peligro latente: generar una crisis financiera relevante. Al mismo tiempo, el bloqueo de exportaciones de tierras raras –China controla el 80 %– a Estados Unidos va a suponer enormes problemas para las industrias que Trump dice querer fomentar: la propia industria militar, la farmacéutica y, sobre todo, la microelectrónica, algo que va a impactar directamente sobre algunos de los multimillonarios avaladores de Trump.
El desastre está servido, sin ningún modelo económico científico que dé cobertura técnica a todo lo que estamos viendo. Filias, fobias y obsesiones enfermizas de un magnate que, por decisión de más de setenta millones de personas, está colocando al mundo ante un precipicio. Y él está dispuesto a empujarlo.
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